10 de diciembre de 2015

Querido Dios:


Tú y yo no nos llevamos muy bien que digamos. No, de verdad. No tiene sentido tratar de ocultarlo. Si vamos a hablar, será mejor que lo hagamos con la verdad por delante, ¿no te parece?

Mira, yo no sé si existes. Pero, si existes, me parece que no debo de caerte muy bien. Si no, ¿por qué pareces tan empeñado en putearme? No, lo más probable es que no existas. Por lo tanto, este texto no son solo las ridículas divagaciones de un chico de dieciséis años, sino que además es inútil.

Total, en realidad nadie lee este blog.

Bueno, quizás sí que haya alguien leyendo después de todo. Si es así, ¡hola! Ya que estás podrías dejarme algún comentario, así como sugerencia. No sé. Tal vez te apetezca hablar de religión, del ateísmo o de un chico estúpido que habla con un dios en el que no cree a través de su blog.

Pero me estoy desviando.

¿Dios? ¿Hola? ¿Sigues ahí? Por cierto, ¿debería hablarte de tú o de usted? ¿Hay protocolos al respecto? Vale que no me caigas muy bien, pero tampoco quiero ofenderte.

En fin. Vuelvo a desviarme.

Ja, ja. Desviarme. ¿Lo pillas? Vale, sí. Ya sé que no tiene ni puta gracia.

Ay. He dicho «puta». Perdón. Espero que no me mandes al infierno o algo así por esto. Aunque no sé si es verdad que los gays vamos al infierno. ¿Alguna declaración oficial al respecto? Total, nadie más nos lee.

Bueno, a lo que iba. A ver, como ya te he dicho, yo no sé si existes, pero sí sé que las cosas están cambiando. Así que supongo que debo darte las gracias. Si es que existes, claro. Que no lo creo. Pero gracias de todos modos.

P. D.: Si esto es chantaje para que vuelva a ir a la iglesia, olvídate. Eso no va a pasar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario